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miércoles, 7 de febrero de 2024

Perjudicial para la salud

Al aspirar la primera calada el humo penetra con fuerza y no puede evitar toser. La última mujer con la que amaneció más de tres noches seguidas y de la que se despidió para siempre hace apenas una semana, le dijo que el tabaco lo acabaría matando. Al recordar tan funesto augurio y por el placer de llevarle la contraria y demostrarla que era dueño de su voluntad y de su destino, apura hasta el filtro el pitillo para apagarlo pisándolo con fuerza contra el asfalto y subir al coche.
Antes de arrancar enciende el equipo de música conectado por Bluetooth a su teléfono móvil. Accede a una famosa aplicación de música a través del smartphone y se decide por una de las listas de reproducción que más le gustan y a la que recurre con frecuencia. Tras pulsar play, los primeros acordes de Your protector, de los Fleet Foxes se adueñan del interior del vehículo. Solo entonces gira la llave de contacto, enciende las luces, comprueba por los espejos que tiene vía libre, mete primera y abandona el estacionamiento para callejear durante poco más de cinco minutos hasta llegar a la autovía a la que se incorpora sonriendo, siguiendo el ritmo de la canción con los dedos sobre el volante y disfrutando de cada kilómetro que lo acercará hasta ella.
Ha tenido una noche muy intensa, casi tan intensa como él. Ha soñado con ella de nuevo. Y ya van tres noches seguidas. Su inconsciente le ha regalado un par de imágenes que no podrá olvidar jamás nacidas de la pasión y el deseo al que ambos
decidieron de mutuo acuerdo poner freno y tras tomarse el primer café tras despertar ha decidido ir a buscarla.
No la ha llamado, ni tan siquiera le ha escrito un wasap avisándola de su decisión. Ella está pasando unos relajados días en la costa asturiana y puede que si la avisa le diga
que lo olvide, que no invada su espacio. Prefiere sorprenderla y decirle mirándola a los ojos que al fin ha comprendido que el destino no los cruzó por casualidad. Que las casualidades no existen y que nada pasa por que sí, que todo pasa porque tiene que pasar. Y que está claro que lo suyo no es capricho, atracción, deseo, o ganas de jugar juegos censurados por la moral y los principios a los que los dos se deben. Que han
tenido mil ocasiones y que se han dejado el alma rechazando una tras otra, castrando su instinto y anestesiando cada beso que pugnaba por saciarse en los labios prohibidos.
Es una fría mañana de febrero. 
Los famosos bancos de niebla que disfrazan con mágico manto las carreteras castellanas han abierto sucursales en la autovía hacia Asturias, inaugurando oficina en el puerto de Pajares. El termómetro del coche marca tres grados centígrados en el exterior, pero dentro de su pecho hace mucho, mucho calor.
Desde luego esta mujer tiene algo que no ha descubierto en otras. Y no es solo ese innegable encanto que la ha convertido en la musa de sus noches solitarias, en el paisaje que contempla con los ojos cerrados mientras miente al eyacular dentro de otra, y en la razón para despedirse de un cuerpo que no era el que en verdad desea.
Siempre ha pensado que las personas se unen principalmente por afinidad, y desde luego son afines en muchas cosas. Comparten gustos, intereses, pasiones, aficiones,
valores…comparten tanto sin poder compartirlo que ya va siendo hora de que lo hagan. Y en ello está, a ello va.
La carretera es sencillamente buena. Una autovía con tres carriles por cada sentido de la marcha. Espaciosa, bien pavimentada, bien iluminada, segura y con poco tráfico.
Parece que hoy no va a llover y la niebla ha ido levantando. El sol, que asoma tímido sobre las nubes que, respetuosas se apartan cediéndole el paso, toma posesión del firmamento y reparte luz y calor entre las criaturas terrestres que un día lo veneraron y hoy tan solo lo toleran y lo exprimen, convirtiéndolo en energía barata para sus inventos adaptados.
Pisa el acelerador. No ve el momento de llegar a su lado, de sorprenderla, de abrazarla y de besarle el cuello y los labios. De acariciar sus hermosas y estupendas posaderas y de llevarla a la cama o a donde ella prefiera para regalarle el paraíso en la tierra entre gemidos y aullidos. No ve el momento de despojarla de la ropa, de beber de su humedad. No ve el momento de dormir a su ladito, como dice la canción.
Está a punto de abandonar el puerto de montaña y la carretera se ha estrechado, pues en su sinuoso trazado se adaptó a las circunstancias del terreno y ahora los carriles son
menos y las curvas más.
Busca un pitillo compañero que le sirva de copiloto, de entretenimiento y de gozo, y se lo lleva a los labios. Desvía un momento la atención de la calzada para coger su fiable y
robusto mechero de gasolina y durante poco más de dos segundos, no hay más mundo que el plateado encendedor.
Pero hay más mundo fuera y un corzo perdido, confuso y asustado ha invadido el carril por el que el enamorado y distraído conductor no corta el mar sino vuela cual velero
bergantín. 
Lo demás es muy sencillo. El brutal impacto contra el sentenciado animal lleva a nuestro protagonista a volver a la conducción de la forma más salvaje. Pierde el control del vehículo, derrapa y gira como un diente de león al capricho del viento de agosto y el camión que lo seguía no puede evitar el golpe.
Su exnovia tenía razón, el tabaco lo acabará matando.
Con el cráneo destrozado, y esparciendo sangre, huesos y masa encefálica por el salpicadero y la tapicería del pequeño utilitario, lo que más le duele es que antes de morir, en lugar de dedicar el último segundo de lucidez a la pequeña rubita que le ganó el corazón, lo hizo al agorero mensaje de aquella que ya es pasado, para tener que asumir que una
vez más ella tuvo razón.

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