Ha llegado el día. Dos miembros del clan arrastran sin miramiento alguno a la joven raptada en los alrededores del poblado de la gente de las colinas la noche anterior. Los guerreros del clan del agua se arrastraron sigilosos hasta las inmediaciones del manantial donde la gente de las colinas se aprovisionaba para su consumo, y esperaron a que una pareja provista de cántaros se acercara a llenarlos para calmar la sed de los miembros de su familia. No hicieron el menor ruido al degollar al hombre que no tuvo tiempo siquiera de sacar el cuchillo del cinturón para intentar defenderse y defender a su hija. La atlética adolescente cubierta con pieles y tatuada con gena recibió un fuerte golpe en la cabeza que hizo que perdiera el conocimiento y tras amordazarla y atarla de pies y manos, uno de los guerreros del agua enviados a la misión se la cargó sobre los hombros y comenzó a descender hacía su territorio.
En las inmediaciones de la playa donde los aguardaba el resto del clan se detuvo a descansar, y al dejar caer el cuerpo de la nueva ofrenda al mar, escuchó como escapó de sus labios un lamento. Por fortuna seguía viva. Si se hubiera excedido con el golpe para silenciarla y que no pudiera gritar o pedir ayuda, y hubiera matado a la chica, la misión habría fracasado. El chamán les dejó bien claro que el dios del mar solo aceptaría ofrendas vivas. Que sería el propio mar el que se ocuparía de concederle a la ofrenda la purificadora muerte entre las olas.
El altar del sacrificio erigido en la cueva de los ojos que miran, ya estaba preparado para el ritual.
Tras recobrar las fuerzas y saludar con un guiño de ojos a dos curiosos pequeños que se habían acercado hasta donde se detuvo el grupo, retomaron el sendero hacia la cueva satisfechos. A lo largo de los últimos metros del camino recibieron del resto del clan palmadas en la espalda y gruñidos de satisfacción que los felicitaban por el éxito de la misión.
Las hogueras rituales ardían en el interior de la cueva y el humo se escapaba por los ojos que miran oscureciendo el amanecer.
Cuando el chamán ordenó que levantasen a la joven y la colocasen en el altar del sacrificio un rugido de alegría se extendió entre los presentes. El dios del mar agradecerá la ofrenda proporcionándoles una pesca abundante y nadie pasará hambre durante el frio invierno que se avecina.
Los ancianos del clan han hablado en las noches junto al fuego de aquel tiempo en el que los dioses permitían a los habitantes del planeta diferenciar sin terror las estaciones. Tiempos en los que la madre tierra no se quejaba ni castigaba a los hombres. Los años previos al gran declive debieron ser tiempos agitados y difíciles al ver venir lo que con certeza sucedería después y al no poder ya detener las consecuencias de los estragos causados por las generaciones anteriores. Y llegó el gran declive y las aguas invadieron los grandes pueblos ahogando a millones de personas, los volcanes escupieron muerte abrasando las cosechas y el ganado y la tierra abrió sus fauces por doquier engullendo poblados enteros de un mordisco.
El chamán, con un gesto, pidió a su clan que se arrodillara ante la ofrenda agradeciendo así su sacrificio.
La joven aún confusa y dolorida dedicó sus últimos segundos de vida al recuerdo de su madre y sus hermanos y, aún comenzaban a brotar las lágrimas en sus mejillas, cuando obedeciendo una orden del chamán dos musculados guerreros la levantaron en volandas y antes de que pudiera darse cuenta la arrojaron al mar a través de una de las grandes aberturas de la cueva. Murió en el acto al golpearse contra las rocas y antes de que una ola la arrastrará hacia el fondo del mar, su sangre se derramó extendiéndose a su alrededor y atrayendo a voraces criaturas marinas que comenzaron a devorar su carne.
El clan del mar abandonó satisfecho la cueva de los rituales y esa noche hubo fiesta en la aldea. Danzaban ebrios por la ingesta del jugo de la uva y por el humo de la combustión de las semillas de la planta de grandes hojas, y borrachos de éxito no se percataron del ataque de los hombres de las colinas. Minutos después los cuerpos de docenas de miembros del clan del agua fueron arrojados al mar para acompañar a los restos de la joven sacrificada en ofrenda al dios al que adoraban sus enemigos.
El líder del pueblo de las colinas tomó una antorcha y prendió fuego al colorido tótem que presidia el poblado. El tótem ardió con rapidez y en cuestión de segundos ya solo resistía al fuego la inscripción grabada en la parte superior y en la que el sabio chaman de las colinas pudo traducir las runas con dificultad y leer, CHIRINGUITO.